Guerra electrónica en conflictos híbridos: cómo los UAVs de la OSCE enfrentaron el jamming en Ucrania
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Guerra electrónica en conflictos híbridos: cómo los UAVs de la OSCE enfrentaron el jamming en Ucrania

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Una persona en una posición militar de las Fuerzas Armadas de Ucrania cerca de Zolote-4/Rodina disparando contra un VANT de largo alcance de la SMM. Firma: OSCE 2019 Report.
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Analista de defensa e inteligencia

El 10 de marzo de 2018, el operador de UAV de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en Ternove perdió toda comunicación con su dron. En la pantalla, los últimos fotogramas mostraban vehículos militares desplegados en formación defensiva antes de que la señal se desvaneciera por completo. No fue un fallo técnico: por sexta semana consecutiva, las fuerzas locales habían atacado deliberadamente los UAVs de la Misión de Monitoreo Especial (SMM), combinando jamming sofisticado con fuego directo para neutralizar los "ojos en el cielo" de la organización internacional. Lo que ese operador no sabía era que estaba presenciando el desarrollo de una doctrina de guerra electrónica que transformaría para siempre la naturaleza del conflicto moderno.

Entre 2014 y 2022, la Misión de Monitoreo Especial de la OSCE en Ucrania (SMM) se convirtió involuntariamente en el campo de pruebas más documentado del mundo para técnicas de guerra electrónica contra sistemas aéreos no tripulados. La SMM operó 2,518 vuelos de UAV solo en el primer semestre de 2019, un incremento del 55% respecto al período anterior, evidenciando tanto la creciente dependencia de estas tecnologías como la escalada de amenazas contra ellas. La misión pasó de cero experiencia interna en marzo de 2014 a operar sus primeros UAVs en solo seis meses, estableciendo un precedente de rápida adopción tecnológica que pronto se vería desafiado por contramedidas igualmente sofisticadas.

Para 2020, más de 50 monitores de la SMM fueron empleados para apoyar vuelos de UAVs de rango medio y largo, mientras que casi el 30% de los monitores (más de 200 de un total de 730) fueron entrenados para operar mini-UAVs. Esta masiva inversión en capacidades de vigilancia aérea creó un objetivo irresistible para las fuerzas que buscaban operar sin observación internacional.

La anatomía de una guerra electrónica sistemática

Los datos de 2019 revelan la escala brutal de la guerra electrónica desplegada: el 86% de los vuelos de UAVs de largo alcance experimentaron interferencia GPS evaluada como jamming deliberado, mientras que el 15% de los vuelos de mini-UAVs y de medio alcance sufrieron interferencia clasificada como "probable jamming". Esta estadística demoledora transforma la percepción del conflicto: ya no se trataba de incidentes aislados, sino de una campaña sistemática de neutralización tecnológica.

El precio de esta guerra fue devastador: se perdieron tres UAVs de largo alcance, uno de medio alcance y cuatro mini-UAVs en solo seis meses. Los UAVs de largo alcance, con costos de cientos de miles de euros cada uno, fueron derribados cerca de Berdianka el 18 de febrero, entre Horlivka y Novhorodske el 19 de abril, y cerca de Zaichenko el 27 de junio, todos tras experimentar doble jamming GPS. Un mini-UAV recuperado cerca de Kurdiumivka tenía daños en una hélice evaluados como causados por una bala de rifle, evidenciando la precisión de los ataques coordinados.

La sofisticación de las amenazas se reveló en la identificación de sistemas específicos: la SMM documentó la presencia de sistemas de inteligencia de radio TORN, estaciones de jamming automatizadas R-378A y cuatro camiones evaluados como sistemas de guerra electrónica R-330U o R-330T. Estos sistemas no operaban aisladamente, sino que formaban parte de una red integrada de guerra electrónica que coincidía geográficamente con las áreas de mayor interferencia GPS.

El análisis del Institute for Defense Analyses revela que Rusia había desarrollado un ciclo de puntería extremadamente rápido: los UAVs ucranianos eran detectados y atacados en minutos usando sensores avanzados de emisiones que geolocalizaban teléfonos celulares y generaban información de puntería para ataques de artillería. Esta capacidad transformó cada emisión electromagnética en una sentencia de muerte, forzando a las fuerzas ucranianas a operar con comunicaciones y coordinación drásticamente reducidas.

Los 38 casos de UAVs bajo fuego documentados en 2019 revelan un patrón inquietante: 35 ataques contra mini-UAVs (19 en áreas no controladas por el gobierno, 17 en áreas controladas por el gobierno) demuestran que la guerra electrónica se había convertido en una táctica estándar para ambos bandos. Esta bilateralidad de la amenaza destruye la narrativa simplista de agresores únicos y revela la democratización de las capacidades de guerra electrónica.

Contramedidas y la doctrina de transparencia armada

La respuesta de la OSCE evolucionó hacia lo que puede denominarse "transparencia armada": la conversión de cada ataque en un arma de información. La SMM publicó videos de alta calidad que mostraban misiles superficie-aire y disparos de ametralladoras pesadas dirigidos contra sus UAVs, incluido material específico de UAVs atacados cerca de Betmanove en 2018 y UAVs de largo alcance bajo fuego en 2019. Esta estrategia transformó cada ataque en una derrota diplomática para el agresor, creando un costo político que a menudo superaba el valor militar de negar la observación.

Las adaptaciones técnicas incluyeron capacidades de salto de frecuencia, múltiples canales de respaldo en diferentes bandas de frecuencia, y navegación inercial para operaciones degradadas durante jamming GPS. Los sistemas de visión nocturna con cámaras fijas permitieron operaciones nocturnas técnicamente más difíciles pero estratégicamente valiosas, extendiendo el monitoreo a las 24 horas y complicando la planificación de operaciones encubiertas.

La inversión masiva en capacitación interna redujo la dependencia de contratistas externos, una lección crucial que las organizaciones internacionales habían aprendido por necesidad. Los procedimientos operacionales se modificaron radicalmente: patrones variables de altitud, rutas diseñadas para minimizar exposición, y tiempos de vuelo reducidos que imitaban las tácticas "disparar y moverse" de la artillería.

Del laboratorio al campo de batalla: de Ucrania 2019 a Ucrania 2025

Las fuerzas occidentales ya no pueden esperar operar con control casi constante del espacio aéreo o el espectro electrónico. El 80% de las bajas ucranianas fueron causadas por artillería dirigida por sistemas de guerra electrónica que detectaban emisiones electromagnéticas y geolocalizaban fuentes de transmisión. Esta estadística demoledora revela que la conectividad, tradicionalmente vista como multiplicador de fuerza, se había convertido en vector de vulnerabilidad.

Las técnicas desarrolladas y perfeccionadas durante la experiencia de la OSCE entre 2014-2022 se convirtieron en el manual operacional para la invasión rusa de febrero de 2022. Lo que comenzó como experimentos contra organizaciones internacionales evolucionó hacia una doctrina de guerra que define el conflicto actual. La guerra de Ucrania de 2022-presente ha sido bautizada como "la guerra de los drones" no solo por la proliferación de UAVs, sino por la sofisticación de las contramedidas electrónicas desplegadas contra ellos.

Los sistemas R-330U y R-378A identificados por la OSCE en 2019 se convirtieron en elementos estándar de las formaciones rusas que invadieron Ucrania en 2022. Las tácticas de "doble jamming GPS" que derribaron UAVs de la OSCE se escalaron para neutralizar drones militares ucranianos, mientras que los métodos de detección y geolocalización de emisiones electromagnéticas se aplicaron sistemáticamente contra las comunicaciones militares ucranianas.

La democratización de capacidades de guerra electrónica observada por la OSCE se ha acelerado exponencialmente. Los drones FPV (First Person View) de bajo costo, las estaciones de jamming comerciales adaptadas, y los sistemas de detección basados en inteligencia artificial han transformado el campo de batalla en un entorno electromagnético perpetuamente disputado. La experiencia de la OSCE demostró que organizaciones con recursos limitados podían desarrollar contramedidas efectivas; la guerra actual prueba que estas capacidades se han industrializado.

Las lecciones de supervivencia aprendidas por la OSCE (patrones de vuelo variables, reducción de emisiones electromagnéticas, y adaptación táctica continua) se han convertido en requisitos operacionales básicos para todas las fuerzas que operan UAVs en Ucrania. La diferencia crítica es la escala: mientras la OSCE perdía 8 UAVs en seis meses, el conflicto actual consume miles de drones mensualmente.

La suspensión definitiva de la SMM en marzo de 2022 marcó el final de ocho años de experimentación involuntaria en guerra electrónica, pero el legado de estas operaciones ha definido la naturaleza del conflicto actual. Las técnicas desarrolladas para negar la observación internacional se han convertido en herramientas estándar para negar la superioridad aérea táctica. La experiencia de la OSCE demostró que la adaptación organizacional era posible pero costosa; la guerra actual demuestra que la falla en adaptarse es letal.

Cuando aquel operador de UAV perdió comunicación con su drone en Ternove por sexta semana consecutiva, no sabía que estaba documentando el nacimiento de una nueva era donde la observación se había convertido en un acto de guerra tecnológica. Su experiencia, multiplicada por más de 200 monitores entrenados, se convirtió en la base de conocimiento que ahora define la guerra en Ucrania. En un conflicto donde ambos bandos despliegan miles de UAVs diarios y las contramedidas electrónicas determinan la supervivencia, la historia de la OSCE en Ucrania Oriental nos recuerda que lo que comenzó como monitoreo de paz terminó siendo el manual de instrucciones para la guerra del futuro.



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